martes, 24 de julio de 2007

Fuerza a la familia Centurión



El chico que está a la izquierda de la foto se llama Ayrton Centurion, tiene 4 años y es vecino del barrio Varadero. Hace dos semanas falleció su mamá durante una cirujía de corazón que se complicó.

Además de Ayrton el padre de la familia Centurión tiene otros dos hijos que alimentar: de 6 y 10 años y todo esto debe hacerlo con un plan de 150 pesos ya que se encuentra desempleado.

Desde Buenos Aires queremos mandarle fuerza a la familia Centurión para que puedan pasar por esta situación dificil y a sus vecinos para que puedan acompañarlos a no bajar los brazos.
Los Centurión son solo una más entre las cientas de familias del barrio que viven expuestas a enfermedades y en la extrema pobreza, ante la indiferencia de un gobierno y una sociedad que no se da cuenta que a pocas cuadras viven personas dignas y trabajadoras.

PRIMER VIAJE DEL PROYECTO “PICA PARA TODOS LOS COMPAS”
Varadero, un pueblo en riesgo

Los días 25, 26 y 27 de mayo se llevó a cabo el primer viaje del proyecto “Pica para todos los compas” al barrio Varadero Sarsotti, al sur de la ciudad de Santa Fe. Este proyecto, se viene gestando hace algunos meses a raíz de una nota publicada en Clarín el 8 de abril de este año donde se cuenta la historia de los Carnero, una familia de enfermeros que, azotada por la inundación, decidió ayudar a los habitantes más carenciados de la ciudad, instalando un puesto de primeros auxilios sobre la Ruta Nacional 11. El viaje, llevado a cabo por cuatro jóvenes porteños, tuvo como objetivo conocer cómo se vivía en Varadero y con qué niveles de organización contaban los vecinos.

El sábado 26 de mayo, alrededor de las 5 de la mañana, Andrea Mesías, Esteban González y los hermanos Alejandro y Gabriel Merola, llagamos a la Terminal de Santa Fe. Allí nos encontramos con José Carnero, un enfermero de 44 años, muy activo y animado, oriundo de Santo Tomé, que sería el encargado de mostrarnos el barrio. Pocos minutos después fuimos a su casa, en el barrio Chalet, a dos cuadras de la ruta 11 que divide a los vecinos de Varadero con lo que ellos llaman “la civilización”, que no es más que el resto de la ciudad.
En la casa de José conocimos a los demás integrantes de la familia: sus hijos adolescentes, Agustín y Gonzalo y su esposa, Teresa Acosta, de 45 años, quienes nos ofrecieron mate y facturas, un cálido hogar a leña para pasar el frío pero sobretodo los testimonios de las inundaciones sufridas por la ciudad de Santa Fe en 2003 y 2007.
Teresa es una mujer sensible y cariñosa pero muy decidida, es enfermera como su esposo y trabaja en una salita de primeros auxilios que se encuentra en el corazón de Varadero. Allí, junto con su compañera Cecilia, atienden día a día a los vecinos del barrio y, en su caso, los derivan al hospital más cercano. “Es un trabajo que nadie quiere hacer, por eso somos sólo dos para atender a 600 familias, pero a veces no damos a basto” contó Teresa.
A las 11, emprendimos viaje a Varadero. En el camino un patrullero, al ver que no éramos de la ciudad, se ofreció a escoltarnos pero solo hasta la entrada, o sea 1 cuadra, ya que, según afirmó el oficial, la policía no puede entrar al barrio. José nos explicó que dos noches atrás había sido acribillado un policía cerca de la ruta y que el ambiente estaba bastante tenso. “Ahora entramos porque es de día y a nosotros nos conocen, pero de noche no se puede entrar, hay mucha droga y delincuencia” afirmó el enfermero.
Ya dentro del barrio notamos un paisaje que era, por lo menos, insalubre. Casas precarias con techos de chapa, calles de tierra y montones de basura por todos lados. En una pared podía leerse en letras rojas “no apto para la policía” y más allá la chimenea de una arenera emanaba un aire viciado que según opina Teresa “es la causa de muchas de las enfermedades de la zona”.
Al vernos llegar, los vecinos adultos se parapetaron en sus casas para ver quienes éramos. Los más pequeños, en cambio, fueron a nuestro encuentro, convencidos de que veníamos a dar catequesis o a enseñar en la escuela y nos hicieron notar lo inusual de la visita, ya que era sábado y los vecinos del norte de Santa Fe, aunque estén tan cerca, no suelen acordarse de este pequeño barrio sureño.
Ya en la salita conocimos mejor a algunos chicos del barrio: Ayrton, de 4 años, exhibía orgulloso a su perro “Papel” mientras Ezequiel y Yoni, de 11 y 8 años respectivamente, fanáticos del club Colón de Santa Fe, nos invitaban a jugar un “picadito”. Pronto se sumaron muchos más, todos eran futboleros y aprovecharon para jugar un rato y llevarse alguna prenda de ropa de las donaciones que habíamos traído desde Buenos Aires.
En el local contiguo a la salita nos sorprendió un cartel que decía “Los sin techo”. Allí solía funcionar una cooperativa pero actualmente está abandonado. “La salita estuvo a punto de correr la misma suerte ya que nos atacaban a piedrazos y tiros, pero finalmente la gente entendió que era algo bueno para ellos y ahora no nos hacen nada” contó Teresa mientras nos mostraba las marcas que los proyectiles dejaron en las paredes de la salita. “Todo lo que nos robaron lo devolvieron” agregó la enfermera satisfecha.
Algunas horas después nos despedimos y seguimos camino hacia la ruta bordeando el río Paraná. El olor a chiquero delataba los corrales ocupados por chanchos y gallinas y sobre su canoa nos miraba un paisano que intentaba pescar algún amarillo para la cena.
Las casas se sucedieron una a una hasta llegar a una laguna de agua estancada que, durante la inundación, se había apropiado de una parte del barrio y, aún cuando dejó de llover, nunca la devolvió.
100 metros más adelante nos esperaba la ruta y un poco más allá, la comodidad de la casa de los Carnero.
El viaje puso en evidencia una realidad: la población de Varadero se encuentra en peligro, no solo por la pobreza que abunda o por la inseguridad de vivir en una zona liberada de policías, sino también porque las condiciones de insalubridad exponen a sus habitantes a enfermedades que su sistema de salud no alcanza a remediar.